Por Andrés Herrera-Feligreras, sinólogo y socio director de Herrera Zhang & Partners
Cumbre del G20 en Osaka (Japón), distintos líderes políticos charlan informalmente en animados corrillos. Xi Jinping en la sala, camina, nadie le saluda, nadie habla con él porque, como dice la canción que suena de fondo, ya no tiene amigos (已無朋友).
Este «meme», que fue viral entre los partidarios de la independencia de Taiwán, podría ser un reflejo del “annus horribilis” que parece estar atravesando Xi. Por otro lado, la publicación el pasado julio de las últimas cifras sobre el estado de la economía china, que le otorgan el crecimiento más bajo desde 1992, constituyeron el perfecto caldo de cultivo para las especulaciones y rumores sobre la salud económica de la República Popular. Todo ello con las protestas de Hong Kong de fondo. Unas revueltas que han contado, mayoritariamente, con el encuadre favorable de los medios occidentales -incluso de cabeceras con una posición tradicionalmente de ley y orden- y manifestaciones de apoyo de dirigentes políticos que, como las del responsable de exteriores británico Jeremy Hunt, han rozado la injerencia. Por cierto, en este asunto -como atinadamente ha comentado Ferrán Pérez- se está construyendo una narrativa militante en blanco y negro que en nada favorece a entender aquí que está ocurriendo allí.
Como ocurrió en el pasado, en el que China pasó de ser admirada por el virtuosismo de sus gobernantes a ser considerada una nación decadente y bárbara a la que había que civilizar a golpe de cañoneras, estamos asistiendo a un cambio de relato en el que el país que a comienzos del siglo XXI era presentado como un ejemplo -por sus grandes transformaciones económicas y lucha contra la pobreza- para otras naciones en vías de desarrollo es ahora dibujado con unos trazos que, en ocasiones, sociedades distópicas como “1984” o “Fahrenheit 451” parecen a su lado cuentos para niños. En definitiva, una nueva versión del “peligro amarillo”.
¿Qué hay detrás de este humo?: la dialéctica entre la actual potencia hegemónica -Estados Unidos- y una potencia emergente -China- que, de un tiempo a esta parte, se muestra más asertiva en todos los órdenes.
La Administración Obama ya desarrolló los principios de una estrategia de contención frente a la República Popular pero, sin duda, la Administración Trump se ha manifestado de forma mucho más agresiva, no solo en lo comercial -quizás el frente más conocido- también en lo diplomático y militar lanzando la Asian Initiative Reinsurance Act (ARIA), cuyo objetivo es el fortalecimiento de las alianzas norteamericanas en la región (redenominada Indo-Pacífico) y que, de hecho, subraya un compromiso explícito con Taiwán.
Parece que, como también lo fuese en el pasado, Europa está destinada a jugar un papel clave en las fricciones entre Estados Unidos y China. Hace ya años que distintos expertos pedían que la UE dejara de mirar a la República Popular con condescendencia y asumiera que China necesitaba una política distinta a la que se estaba haciendo. En marzo de 2019, la Comisión Europea calificaba a China de “competidor económico” y “rival sistémico”. No sé si esta posición es la más adecuada para una UE que, probablemente, podría haber aprovechado la ocasión para poner en valor el deseo chino de sumarla a su enfoque de las relaciones internacionales. Sin duda, fue muy del gusto de Washington, pero el papel lo aguanta todo; luego están las relaciones bilaterales donde los tres grandes (Alemania, Francia y Reino Unido) y otros no tan grandes tienen muy clara su política hacia China. Por cierto, hablando de todo un poco, da vértigo que Borrell -que, como ministro de Exteriores, no ha sido capaz de dotar a España de una posición y estrategia hacia China digna de tal nombre- sea el responsable de capitanear las relaciones europeas con Beijing en un tiempo tan convulso.
Pero entonces, ¿tiene amigos Xi Jinping? Sí, y muchos. Más allá de los titulares, a China miran desde América Latina, donde la retórica anti-china de algunos dirigentes no oculta una interdependencia cada día mayor, y África. En este último continente, la República Popular, además de ser el principal socio comercial, aporta más del 50% de los fondos al desarrollo. Pero también desde Europa. Más allá de lo que se acuerde en Bruselas, los Estados tienen sus propias agendas y prioridades: China representa mercado e inversiones en campos críticos como las infraestructuras y las nuevas tecnologías.
La República Popular, desde su calidad de segunda economía del planeta, ha pasado de pedir más peso en la arquitectura institucional heredada de Bretton Woods a crear sus propias estructuras. La Nueva Ruta de la Seda supone, además de un proyecto económico, un desafío a quienes hasta la fecha han dominado el orden mundial y desde finales de los años ochenta el proceso de globalización. Una dimensión de este enfrentamiento, y como ya demostró Frances Stonor no menos importante, es la construcción del relato -la batalla cultural- pero eso, como diría Ende, es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.