En el marco de las sesiones anuales de la Asamblea Nacional Popular, China ha eliminado el límite constitucional de dos mandatos para el presidente y vicepresidente de la República Popular. Esto ha dado pie a diversos titulares, más o menos sensacionalistas, en torno a la posibilidad de que Xi Jinping se mantenga en el poder de por vida.
La cosa se venía venir y ya hablamos de ello en este mismo espacio (“China se abre a la modernidad”, Diario de Navarra, 19/10/2017) y hoy, lo que debe tener en cuenta el lector es que, tras la eliminación del límite de mandatos del presidente de la República, a lo que parece aspirar Xi es a suprimir los existentes en el ejercicio de las dos magistraturas más importantes de China: la secretaría general del Partido Comunista Chino (PCCh) y la presidencia de la Comisión Militar Central, los verdaderos resortes de poder. Un elemento a considerar es que, en este proceso, Xi tuvo que forzar la máquina dentro del Partido y necesitó dos plenos del Comité Central para conseguir el respaldo necesario a su propuesta. En China, los resultados de las votaciones no siempre reflejan el estado de las opiniones. Cosas de la “caja negra”.
Otro elemento al que se le ha prestado menos atención, quizás por su carácter más ideológico, fue el reconocimiento -en el marco del XIX Congreso del PCCh- del “pensamiento” de Xi Jinping como aportación al socialismo chino. Sin posibilidad para profundizar en esta columna, se puede afirmar que es difícil encontrar en el “pensamiento” Xi Jinping aportaciones sustanciales al marxismo chino. Se trata de una concesión que sitúa a Xi en un nivel simbólico similar al de Mao pero, con la diferencia, de que el segundo era poseedor -guste o no- de una trayectoria teórico-revolucionaria de la que Xi carece. Subrayemos este punto señalando que los influyentes planteamientos post-maoístas de Deng Xiaoping nunca alcanzaron semejante rango.
Son muchos los analistas que ven en el nuevo liderazgo chino una obsesión por exhibir méritos, poder y el regreso a cierto culto a la personalidad; pero los hay también que consideran que se trata de unas investiduras necesarias en el momento histórico que vive la República Popular China. Tanto internamente como hacia el exterior. En el plano interno, Xi necesita fortalecer su poder, argumentan, para romper las cadenas de intereses que ligan la corrupción al Estado y favorecer que la riqueza y beneficios generados por la Reforma puedan llegar a mayores capas de la población. En la dimensión internacional, todo apunta a que Xi está en condiciones de capitanear la vuelta de China al centro del sistema internacional. Un proceso que sin duda no estará exento de tensiones como puede deducirse de los movimientos de Estados Unidos iniciados por la Administración Obama y continuados -aunque sin orden ni concierto- por la Administración Trump.
Para semejante desafío veremos, ya lo estamos viendo, un incremento del papel del Ejercito de Liberación (que recordemos, en China no son las FF.AA del país, sino el ejercito del Partido) y del PCCh como un órgano que, sin “discusiones indebidas” en su interior, debe regir la sociedad. Precisamente, este punto y final a toda crítica es una de las características del mandato de Xi y, como bien ha señalado Xulio Ríos -director del Observatorio de la Política China-, todavía es pronto para determinar si este movimiento supone el fin de la dirección colectiva o si debemos leerlo en clave cultural, como un mecanismo de exaltación del líder en el actual contexto.
Volvamos a Mao. De forma tertuliana, el maoísmo hoy se asocia -únicamente- con grandes hambrunas y campañas de masas. Incluso con persecución religiosa o destrucción del legado histórico y tradicional chino. Sin embargo, un análisis detallado de la trayectoria de Mao no podría evitar su sentido teórico y de la realidad. Su capacidad para vincular reflexión y acción en favor de millones de desheredados. La China de hoy no sería sin la victoria frente al corrupto KMT y los cimientos modernizadores del periodo maoísta. Da igual. La falta de contrapesos del sistema, la obsesión por el poder y el culto a la personalidad convirtieron al revolucionario certero en autócrata aislado cuyos errores históricos costaron la vida a millones de personas.
Xi ha conseguido su objetivo y continuará como máximo dirigente, al menos, un mandato más. Pero podría ser una victoria pírrica. Si continúa la sobreprotección al líder y suspensión de toda crítica, el PCCh puede acabar tomando el rumbo del PCUS. Es decir, el de una organización muerta con funciones únicamente de control y ascensor social. Los chinos tienden a hacer política en clave histórica quizás, en esta ocasión, no hace falta ir hasta el periodo de los Reinos Combatientes para extraer lecciones.
Andrés Herrera-Feligreras,
Socio Director de Herrera Zhang Consultants
Este artículo fue publicado en Diario de Navarra el 5 de abril de 2018