El crecimiento chino a lo largo de las últimas décadas del siglo XX va a llevar, con la entrada del nuevo siglo, a un despliegue diplomático por todo el orbe en lo que Hidalgo ha denominado “diplomacia del yuan”. Según este autor, las necesidades energéticas de la República Popular China (RPCh) le han llevado a buscar “países petrosocios” que sacien su gigantesca economía.
Sea como fuere, en lo que se refiere a América Latina, lo cierto es que el volumen de comercio entre la región y China se incrementó en un 1.119,3% en la década de 2000. Este incremento no se limita solo al plano económico, también puede observarse un fortalecimiento de la dimensión política de la relación entre Zhongnanhai y la práctica totalidad de países latinoamericanos. Son conocidos los grandes proyectos en los que las corporaciones chinas están implicadas en el subcontinente hasta el punto que, a día de hoy, el rol de China como motor de crecimiento de América Latina ha sido reconocido por el Banco Mundial.
Pero, en la región, el peso de China es también de naturaleza política. Y así lo reconoce Estados Unidos al articular el Diálogo Económico y Estratégico Estados Unidos-China que diplomáticos de ambos países mantienen en sus embajadas latinoamericanas. A pesar de esta cooperación, bien pudiéramos estar asistiendo a un traspaso de hegemonía donde la RPCh podría pasar, gracias a su política de inversiones a largo plazo, a convertirse en la potencia con mayor influencia en América Latina.
Quizás esa transición pueda parecer quedar todavía lejos a raíz de los datos ofrecidos por el Latinobarómetro –estudio de opinión pública elaborado anualmente a partir de 20.000 entrevistas en 18 países de América Latina– donde Estados Unidos (72%) o España (71%) siguen siendo los países más valorados; pero ese mismo informe advierte que China sube del 60% al 65% ( C. Latinobarómetro, 2011). ¿Acaso estos índices no son un triunfo moral de Pekín teniendo en cuenta la distancia histórica y cultural entre ambos lados del Pacífico? De hecho, y siguiendo con este ascenso chino, otro documento, también elaborado por la Corporación Latinobarómetro, contempla, dos años después, que la imagen que tienen los latinoamericanos de China es que este es un país democrático, situando a la RPCh en el 5,3 de la escala 1 a 10. Tan solo un 11% de los latinoamericanos consideran que China no es democrática (C. Latinobarómetro 2014,) Estos datos dejaron pasmados a los autores del estudio.
América Latina, al mirar a China, se encuentra ante problemas similares a los que ya detectaron Fox y Godement para la UE: los árboles no dejan ven el bosque. El brillo económico chino es un sol que deslumbra y dificulta el análisis certero; sin duda el atractivo comercial e inversor chino es parte importante de su política, pero no debe olvidarse la potencia de su acervo cultural convertido hoy en un componente esencial del “poder blando” articulado desde Pekín.
En Charm Offensive: How China’s Soft Power is Transforming the Word, Kurlantzick nos ofrece una panorámica global sobre la “estrategia de encantamiento” elaborada por la República Popular. Con un enfoque más regional Rodríguez Aranda y Leiva (2013)se han detenido a analizar las distintas dimensiones del “poder blando” desplegado por Pekín. De entre ellas, destaca la dimensión cultural cuyo buque insignia es el Instituto Confucio.
El Instituto Confucio (孔子学院-Kǒngzǐ xuéyuàn) tiene, formalmente, por objetivo promover la lengua y cultura china. Actualmente diversos autores han puesto de manifiesto –especialmente después del Incidente de Braga– la creciente incomodidad que la poca transparencia de los IC levanta entre académicos europeos, norteamericanos y australianos. Por el contrario, en América Latina la institución cultural china no ha dejado de crecer. En mayo de 2014 se inauguró en Chile el Centro Regional de Institutos Confucio para América Latina (CRICAL), el segundo de estas características en el mundo tras el de EE.UU. La cifra de estudiantes inscritos en 2015 en los Centros Confucio en Latinoamérica impresiona: 70.000. Un número que siendo importante, palidece ante el millón de personas que, se estima, anualmente acude a las actividades de divulgación cultural organizadas en América Latina por los IC.
Las inversiones chinas en América Latina, los datos de valoración ofrecidos por el Latinobarómetro o las exitosas cifras del Instituto Confucio hablan del importante avance de la diplomacia pública y del peso alcanzado por el “poder blando” de Pekín en la región. Sin embargo, son de importante alcance los retos que la República Popular, y muy particularmente sus corporaciones y empresarios, tienen ante sí en Latinoamérica.
En primer lugar, la incomprensión del fenómeno indígena. Protegidos por el derecho internacional, no dudan en pedir amparo, ante las instituciones correspondientes del sistema de Naciones Unidas, cuando sienten sus derechos vulnerados y, mientras las resoluciones llegan desde Ginebra o Washington, no dudan en enfrentarse “a cuerpo” con las corporaciones chinas que operan en sus territorios. Otra línea similar es la progresiva alineación de los gobiernos latinoamericanos con el Pacto Global que busca incentivar las buenas prácticas y los comportamientos socialmente responsables de las corporaciones. La dinámica corporativa china de acuerdos “por arriba” amparados en entendimiento político y financiación país-país tropieza, fuera de los palacios presidenciales capitalinos, con la compleja urdimbre latinoamericana.
Que a los magnates latinoamericanos ahora les haya dado por la sostenibilidad y los derechos humanos, llegando incluso a posicionarse públicamente apoyando a las comunidades indígenas frente a las corporaciones chinas, puede sonar cínico pero, en todo caso, como diría Michael Ende, “esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión”.