A comienzos del siglo XXI la emergencia china lo estaba cambiando todo en las reglas de la economía internacional. Por entonces, algunas personas a diferentes niveles del escalafón diplomático se esforzaron por hacer constatar que, si España no regresaba decididamente a Asia Oriental, la nueva geografía que se estaba dibujando amenazaba a Madrid con el retorno a la periferia económica y política en un nuevo orden que tendría el Pacífico como centro.
Y así fue como aprendimos toda una constelación de nombres que, recordando a embajadores, exploradores, evangelizadores y eruditos, iban de Ruy de Clavijo a Gil de Biedma dando apellido a programas de becas, efemérides, jornadas y fastos varios que formaban la armada de Casa Asia con Ion de la Riva como capitán y Josep Piqué como almirante en su efímero paso por Exteriores.
Otro nombre de aquellos que empujaron para que España retornase seriamente al otrora conocido como “lago español” fue Manuel Montobbio. Montobbio ya había publicado algunos textos sobre la necesidad de posicionarse adecuadamente en Asia. Él, y algún otro, alertó de lo obvio antes de que sucediera. Montobbio, que trabajó intensamente en el que luego se conocería como Plan Marco Asia-Pacífico, propuso una apuesta por Asia desde el peso internacional que España había adquirido a lo largo de la década de los noventa y, sobre todo, desde la experiencia y el conocimiento que tenía de un territorio que, era evidente, iba a interesar a China en las próximas décadas: América Latina.
Aquella idea, conocida como “triangulación”, sonó muy bien en los pasillos gubernamentales –mejor en Moncloa que en Santa Cruz, todo hay que decirlo– y el discurso político, acompañando un proceso de multinacionalización de la empresa española en América Latina y Europa, encontró en la triangulación la pieza necesaria para evocar un pasado donde no se ponía el sol. La “triangulación” llegó a ser denominada como el nuevo paradigma de la política exterior española; pero lo cierto es que no se pusieron los recursos necesarios para superar una realidad mediocre que permitiese adquirir la condición de puente entre Iberoamérica y el Mundo Chino.
Entretanto, y como la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, China y América Latina empezaron a entenderse directamente y Pekín trazó su diálogo estratégico sobre el subcontinente americano con Washington. Y la cosa fue a más y, el peso de Madrid en la región… a menos.
La política exterior española es, fundamentalmente, reactiva. Y fiel a esa condición cada vez que China demuestra su interés por América Latina encontramos estudios, documentos de trabajo y seminarios que abordan las consecuencias que el incremento de la presencia china en América Latina puede acarrear para nuestra política exterior. Generalmente se empieza hablando de las amenazas, de la pérdida de peso de España o de la importancia de seguir los movimientos chinos en una región clave para los intereses españoles de todo tipo. Y, a reglón seguido, se continúa con las oportunidades que esta nueva situación pueden traer consigo. Incluso hay documentos que irradian un optimismo que sorprende en personas conocedoras de la acción exterior del Estado español.
Este optimismo ante “la oportunidad” que representa para España el interés chino por América Latina, me recuerda al discurso New Age que hay sobre el concepto “crisis” (simplificado: 危机, tradicional: 危機, pinyin: weiji) formado, supuestamente, por los caracteres “peligro” y “oportunidad”. Desde luego, tomado así, supone un excelente recurso retórico y de literatura de autoayuda pero, afortunadamente, son numerosos los autores –como por ejemplo Victor H. Mair– que han separado el polvo de la paja.
En el caso de la relación China-Latinoamérica-España no hay ninguna razón para el optimismo porque, mientras Pekín demuestra –con el color del dinero y el arropamiento político– su interés estratégico por América Latina, lo de España es puro teatro, que diría la Lupe. Cuando es evidente que seguir sin política hacia China repercute en el pulmón de la acción exterior del Estado Español –América Latina–, Madrid sigue sin dotarse de una estrategia que le permita abordar ese contexto como un interlocutor con verdadera capacidad de atracción e influencia; en definitiva, útil.
A juzgar por los programas de los partidos políticos que –antes o después– formarán gobierno, nada parece que vaya a cambiar a corto y medio plazo. Es muy alto el riesgo de que España quede reducida a un actor de reparto en un escenario que –marcado por la Ruta de la Seda impulsada desde Pekín y los Tratados transoceánicos de comercio e inversión articulados por Washington– aventura grandes movimientos. Veremos a ver qué pasa.