En la ciudad de Qingtian hay un barrio que dicen se llama “a los pies de la montaña de la Pagoda”, y allí una estatua de Cristóbal Colón –replica de la existente en Barcelona– con el navegante señalando hacia un horizonte todavía por descubrir. Encontrarme a Colón en la ciudad conocida como la de “los chinos de ultramar” se me antoja una metáfora irresistible al hablar de América Latina y China. Si anteriormente hablamos en China en América Latina: inversiones, diplomacia pública y retos futuros de la presencia china en el subcontinente americano señalando sus éxitos pero también alumbrando algunos desafíos, conviene también asomarse a la relación sino-latinoamericana desde la perspectiva de América Latina.
En esta serie de artículos ya se ha hecho alusión a la expansión, sin precedentes, que los flujos comerciales entre China y Latinoamérica han experimentado. Según el informe “Perspectivas económicas de América Latina 2016. Hacia una nueva asociación con China”, en los primeros quince años del siglo XXI los intercambios se han multiplicado por 22. Las exportaciones de materias primas latinoamericanas a China alcanzaron el 73% (frente al 41% mundial) y Pekín va camino de convertirse en el primer socio comercial de América Latina (ya lo es de Brasil, Chile y Perú) desplazando –se prevé que para finales de 2016- a Estados Unidos.
Pero, además, China es el principal inversor y prestamista de la región. El mismo informe señala que, desde 2010, los préstamos procedentes de China han alcanzado los 94 mil millones de dólares. Frente al esfuerzo inversor de Pekín, la suma de los agentes tradicionales de financiación regional -el Banco Mundial (BM), el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y Banco Iberoamericano de Desarrollo (BID)- sumaron 156 mil millones de dólares. Los expertos de CEPAL y la CAF aseguran que esta tendencia se prolongará debido a la estrategia de largo plazo de la República Popular. Una estrategia que abunda en inversiones en sectores estratégicos y se prevé alcance los 250 mil millones en 2025.
Hasta aquí nada que no se haya visto antes: el relevo de una potencia dominante –Estados Unidos– por un nuevo hegemón, China. Sin embargo, en este proceso hay una importante particularidad. Mientras que, durante la década de los noventa, la aportación de América Latina y China al crecimiento mundial era similar (en torno al 10%) en la actualidad la República Popular, convertida en motor de la economía mundial, aporta cinco veces más que Latinoamérica.
Es evidente que América Latina, siempre eterna promesa, tiene problemas estructurales. En el diagnóstico y en las soluciones parece haber cierto consenso: el subcontinente latinoamericano necesita de diversificación productiva, infraestructuras y, sobre todo, inversión en educación. Algunos Estados como Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela han intentado articular una estrategia de transformación estructural. Paradójicamente, todos ellos están atravesando problemas mientras que, México y América Central –sin haber cuestionado su lugar en la división internacional del trabajo– lideran la “recuperación” latinoamericana. Este no es el lugar de ahondar sobre este punto. Qué cada uno saque sus conclusiones sobre lo que está pasando en Latinoamérica.
Lo cierto es que si, en 2001, Latinoamérica había colado la B, en el acrónimo que definía el grupo de países emergentes llamado a liderar el crecimiento mundial, el Financial Times ha dado por finiquitado el rol de Brasil y los TICKs (Taiwán, India, China y Corea del Sur) pasan a sustituir a los desgastados BRICs. Quince años después, este cambio de guardia, aparece como la síntesis del dinamismo asiático y la confusión latinoamericana ante los retos de los próximos años.
La relación entre China y América Latina está protagonizada por flujos comerciales y financiación, pero va mucho más allá. China aparece, especialmente en los últimos años, como modelo recurrente de superación de la “trampa del ingreso medio” en la que los técnicos de los organismos multilaterales señalan que está América Latina. La estrategia china de cambio estructural de su modelo de crecimiento basado en el consumo interno, la consolidación del proceso de urbanización –y por ende de una clase media urbana- la industria del conocimiento y la tecnología está presente como referencia en el informe con el que se iniciaba este artículo así como en las presentaciones que sus autores han realizado del mismo. El problema, claro, radica en que las condiciones de intervención económica y planificación de los sectores estratégicos no son las mismas en China que en América Latina.
Finalmente, pero no por ello menos importante en este mirar hacia China, está el rol de las élites latinoamericanas. Fuertemente extractivas, y de naturaleza similar a la española, su papel no puede ser ignorado a la hora de evaluar las posibilidades que América Latina tiene de reequilibrar su relación con la República Popular. Es precisamente, asomándonos al comportamiento histórico de este agente clave, cuando recordamos que, como decía Calderón, toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.